Unas calles antes de llegar a mi destino ya empiezo a sentir
la esencia de olvido que transmite el cementerio, y no solo lo transmite esa
esencia sino también el comercio informal del que se puede percibir el peculiar
olor de las flores que enmarcan las lapidas sin nombre que esperan para ser el
último regalo que le pueden dar a cualquier persona.
Para ingresar al cementerio primero hay una entrada, rodeada con
muros hechos con barrotes de metal y pequeñas columnas que forman una especie
de parqueadero, en el que hay un pequeño ambón que hoy por hoy son apenas
unas cuantas escaleras sin ninguna importancia o significado y también un gran
jardín lleno de espinas no de rosas sino de unos ociosos cactus con unas cruces
que sobresalen entre ellos, al final de esto hay un gran pórtico que no le
niega la entrada a nadie y que le da la bienvenida a toda clase de público con
una frase que me recuerda que estoy vivo y que nada de lo que me rodea o tengo
en este mundo me pertenece, ni siquiera mi propia vida porque allí es donde "terminan las vanidades del mundo".
Este pórtico está decorado en lo más alto con una cruz y en
las dos puertas que lo conforman hay una calavera en cada una como si fueran
los guardianes del cementerio y al entrar lo primero que observo es un camino
rodeado por tumbas que acaban donde termina el cementerio. Al final de él hay
tres capillas, una de ellas está siendo restaurada y obligada a perder su valor
histórico y arquitectónico. En frente de una de estas tres capillas se puede decir que
esta una de las primeras tumbas del cementerio central de Tunja, que tiene
forma de templete y fue hecha en 1888.
En el espesor de sus muros que cumplen con su función de
tumbas que por fortuna están acompañadas por grandes jardines de tierra que no
solo cubre los ataúdes sino también los nombres de quien los alberga, de las cruces
de concreto que los adorna, juntos con reliquias arquitectónicas como los
obeliscos, tapia pisada, visuales artísticas y detalles arquitectónicos que
encuentro a medida que voy recorriendo los largos pasillos del cementerio.
A medida que avanzo se siente tranquilidad en medio de tanto
olvido siento que en cada paso que doy,
voy recorriendo historia, observando la riqueza de este cementerio que
corresponde al pasado y a las cosas vividas llevándome incluso a preguntarme si
después de entrar a este lugar no como visitante sino para quedarme habrá otra
vida, o si solo nos quedamos en este lugar para ser recordados por algún tiempo
y luego quedar en el olvido para cumplir nuestro ciclo de vida. También observo
que en este lugar entra cierta parte de modernidad en la que se aprovecha el espacio, con grandes panteones y como si fuera poco queriendo demostrar el poderío de
algunas familias con estos panteones algunos hechos de ladrillos, concreto,
piedra, baldosa o hasta de mármol; lo que me hace llegar a la conclusión de que
a pesar de que todos vamos a llegar al mismo lugar y con las mismas
condiciones, hasta en el mundo de los muertos vamos a estar divididos de forma
clasista aunque estemos con las manos vacías y lleguemos a ser carcomidos por
el mismo olvido.
Por descuido tanto de la comunidad Tunjana, como de sus administraciones,
el cementerio central de Tunja siendo unos de los más antiguos de Colombia, ha
quedado en el olvido que con el paso del tiempo, se hace cada vez más fuerte
con el fin de dejar en abandono e ir destruyendo poco a poco unos de los inmuebles
patrimoniales más importantes de la ciudad de Tunja. Considero que se es necesaria la recuperación de este inmueble, para así poder rescatar el valor histórico
cultural que este posee.